Somos personas pequeñas, pero no totalmente impotentes
La sensibilidad es un arma de doble filo. Igual que nos hace disfrutar mucho más de los pequeños detalles de lo que harían otras personas, también puede sumirnos en una gran tristeza por acontecimientos que a otras personas apenas les afectarían y que, en ocasiones, seguramente tampoco tengan tanta importancia o, incluso, aunque la tengan, no es menos cierto que necesitamos fortaleza para hacer frente a los múltiples retos de la vida, muchos de ellos de gran envergadura.
Es una ironía que a veces las personas con mayor habilidad para darse cuenta de hechos tan importantes como el cambio climático y tomarlos en serio, a veces se sientan tan sobrepasadas por lo ingente del reto que puedan sentirse en cierto modo paralizadas por aquello de lo que ahora tanto se habla: la ecoansiedad, que, en el fondo, es una reacción normal y no patológica, como indican desde la asociación de Psiquiatría La Madrileña, ante la toma de conciencia de una fotografía de la realidad terrestre que no es nada favorable para la naturaleza y los seres vivos en general.
Hay muchas maneras de dar pequeños pasitos que, aunque puedan ser individualmente insignificantes, pueden servir de ejemplo y terminar haciendo mucho. De entrada, la misma empatía que a veces permite comprender a alguien que conocemos que se niega a ver la realidad de la crisis climática, nos permite, con mayor facilidad, hacer pedagogía con quienes ya han desarrollado cierta sensibilidad con este asunto para incitarles a aprender más, a asociarse, a crear obras y pequeños proyectos, a ejercitar su creatividad para dar más pequeños y medianos pasos para transmitir el mensaje y multiplicar los pasos en la vida cotidiana que contribuyen a apaciguar el aumento de la temperatura global.
Es muy cierto que es engañarnos pensar que los actos individuales a pequeña escala pueden lograr el gran cambio necesario, pero algo aportan, sin ninguna duda, y, con ello, contribuyen a ejercer también presión al propósito prioritario: cambiar radicalmente las políticas empresariales y gubernamentales que contribuyen a acrecentar este problema en lugar de disminuirlo. No se trata tanto de hacer cargar culpas a los individuos, sino de dotarles de la sensatez y proactividad necesarias para ser capaces de mejorar lo que sí pueden mejorar, permitiéndose algunas humanas incoherencias, para contribuir a dar el gran salto que necesitamos: un cambio de paradigma en el que, independientemente de la ideología política y opiniones en diversos asuntos, se sepa y se defienda que paliar la crisis climática es una de nuestras necesidades más inmediatas y acuciantes. La opinión pública puede cambiar la realidad… y para para cambiar la opinión pública hace falta educación, creatividad, toma de conciencia, realismo y una imaginación viva que permita soñar sin despegar del todo los pies del suelo.
Y como nos gusta compartir los recursos que nos parecen interesantes ahí van dos recomendaciones lectoras para esos momentos de bajón 🙂